martes, 30 de octubre de 2007

Crónica de una Epopeya.

No caben dudas que la obtención de la Copa Libertadores de América significó para toda alma velezana que anduviera por cualquier lugar del planeta, una hazaña que hasta antes de comenzar a “rodarla” significaba casi una utopía para nuestras aspiraciones, al menos en la previa.
El 31 de agosto de 2004 es el aniversario del quizás segundo logro más importante de la historia futbolera velezana, 10 años de una epopeya que aún se recuerda con emoción, con casi las mismas palabras aunque contemporáneas de aquel entonces, Vélez se recostaba con solemnidad, con justicia, con sacrificio, en una mitad del mundo, un mundo al que luego en Diciembre terminaría de abrazar con la obtención de la copa Intercontinental.
Fueron años inolvidables, en 1993 Vélez empezó a construir una muralla colosal de logros deportivos, quizás lo que hasta ese entonces eran solo sueños, comenzó a tomar forma luego de la consagración en aquel recordado clausura 93.
Comenzaba una nueva etapa en la vida de cada fortinero, era el nacimiento de un ciclo plagado de lágrimas de emoción, era el inicio de un proceso que sobrepasaría los límites de cada frontera, Vélez entraba en terreno internacional, con paso de gigante, con personalidad, Vélez dejaría marcada la historia de nuestro fútbol, Vélez se consagraría campeón de la Copa Libertadores de América, me pongo de pie, un aplauso más señores, Vélez hará historia, hace apenas 10 años, casi nada.
Todos los recuerdos de esa gran campaña están vivos, muy vivos en cada uno de nosotros. Si bien aquel equipo era sin lugar a dudas muy poderoso, aún así, quién más que los propios velezanos pueden afirmar que ese torneo continental fue un “suplicio”, la ansiedad, los nervios, la angustia en cada escalón superado, la excitación en cada paso que daba nuestro Vélez, nos producía satisfacción, muchísima felicidad, pero a su vez, nadie podía apartarse de un alerta constante a sabiendas de la complejidad y lo dificultosa que era esta ruta.
Poco a poco y a medida que se avanzaba, la realidad iba tomando forma, los hinchas de Vélez, acostumbrados a sufrir, a que nadie les regale nada, a luchar siempre contra la corriente, todos, absolutamente todos nos embarcamos, fusionados, con una sola intención y apuntando hacia una misma meta, a lograr un objetivo que insisto, era casi impensado para muchos.
La zona nos mostraba como cenicienta, nada menos que junto al Cruzeiro, al Palmeiras y a Boca, formábamos parte del grupo de la muerte, no había dudas de ello. Varios años habían pasado para que los argentinos vuelvan a conformar una zona con brasileños y nos tocó a nosotros, vaya juego del destino, ¿no? y encima con dos titanes.
Pero Vélez sabía lo que quería y como hacer las cosas, sacó pecho, acomodó toda su entereza, supo de entrada como hacer lectura de este torneo, no iba a ser fácil, pero nunca se daría por vencido, junto al emblema que significaba tener jugadores ganadores en todo sentido, se le sumo el poder inmenso de la gente, que peleó contra viento y marea, palmo a palmo, acompañando y alentando en cada final, en cada batalla, como suelen ser estos partidos.
Y así fue, de punto pasó a ser banca, la cenicienta se transformó en un cíclope, Vélez ganó el grupo con justicia, esfuerzo, personalidad y corazón, mostró desde el inicio nomás toda su sabiduría, todo lo inmenso que era como equipo, toda su garra y se adueño del grupo, para sorpresa de algunos y convencimiento de muchos, Vélez ya no era ni sorpresa ni revelación, nuestro equipo ya era toda garantía de efectividad, eficacia, oficio y categoría, casi nada.
Ya en segunda ronda pasaría Defensor Sporting, uruguayos aguerridos como siempre y la angustia de los penales tras no sacarse ventaja en ambos cotejos (1-1 y 0-0), Vélez pudo sortear este escollo en el Amalfitani y avanzó a cuartos de final.
Llegaría el turno de Minervén, venezolanos a quienes manejó sin problemas en el partido de ida (0-0) y eliminó casi sin despeinarse en Liniers (2-0), a partir de ahí, la proclama popular, la ansiedad y los nervios de todo hincha fue tornándose casi insoportable, aquello que un día fue una utopía comenzaba a tomar forma real, el sueño de lograr el objetivo seducía a la realidad.
Es el turno del Júnior de Barranquilla ya en semifinal, caída en territorio colombiano (2-1), pero todos recordarán lo que fue la revancha en Liniers, uno de los momentos más dramáticos de aquella epopeya. No hay dudas que fue el mejor partido de Vélez, una combinación de riqueza y calidad mezcladas con una autoridad implacable, pero que por esas cosas que tiene el fútbol, no pudo reflejar en el marcador, apenas fue un mentiroso 2-1 y los penales definirían una vez más el destino de nuestro equipo, nada menos que el pasaje a la final.
La imagen del Amalfitani quedo marcada en nuestras mentes, la suplica, el sabor de una definición que podría llegar a ser tan injusta como dolorosa se reflejaba en cada rostro fortinero, pero el destino volvió a hacerle un guiño al corazón velezano y una vez más nuestro CHILA se erigió como estandarte en esta definición, Vélez estaba en la final de la Copa Libertadores, esperaría a otro titán, el San Pablo.
Ya nada podría reemplazar a esta altura esa sensación indescriptible de coronar un proceso construido a partir del sacrificio, trabajo, humildad y respeto.
El Amalfitani se vistió de fiesta para recibir a los brasileños y alrededor de 40.000 almas se congregaron en nuestro estadio, todo era azul y blanco, todo era pasión y emoción, pero también había mucho respeto hacia el rival.
El turco Asad marcaría aquel gol gritado desde el alma, pero ahí quedaría la cosa, 1 a 0 y a definir en Brasil. Hubo solo unos minutos de algarabía, la diferencia en el marcador no era definitiva y el partido terminó en medio de cierta preocupación por parte de los hinchas a sabiendas que la definición se produciría de visitante y en el legendario Morumbí.
Cigarrillos, insomnio, nervios, más y más ansiedad, y vaya a saber cuantas cosas nos pasó a los velezanos en esa espera, en ese lapso de tiempo que transcurrió hasta el 31 de Agosto de 1994.
Aquel día todos amanecimos inquietos, casi con exceso de preparativos fuimos armando el día, minuto a minuto, nos preparamos para escuchar buenos augurios de viejos compañeros de trabajo o bien para hacer caso omiso de aquellos otros que mediante silencios dicen más que las palabras, pura envidia de no ver a su equipo en lugar de Vélez, de no ser ellos quienes esperaban segundo a segundo el comienzo del partido.
El ocaso dio pie a que la noche llegara luego de que cada minuto de ese día fueran siglos de espera, los nervios fueron aumentando, la ansiedad era ya inmanejable, el regreso a los hogares, recordaremos el saludo de algún vecino, -¡Suerte!-, gritándonos desde su ventana a quién solo atinamos a responderle con el dedo pulgar hacia arriba y apretando los labios, no podíamos ya ni siquiera esbozar muchos comentarios (a veces me sigo preguntando ¿cómo la pasión puede tanto?, en fin..). Seguramente todos recordamos que nuestro estado emotivo era electrizante, ya ni siquiera podíamos escuchar lo que nuestras familias nos decían, esa gran familia velezana que comprende nuestra infinita pasión casi enfermiza por Vélez. Llega la hora más esperada, las voces de Quique Wolf, Alejo Apo y Enrique Sacco, se escuchaban confusas en el televisor por el sonido ambiente de esa “horda” descomunal que presentaba el inmenso Morumbí, ese griterío de la torcida penetraba en cada fontanela velezana y hacía estragos.
Era el momento más importante de la historia de Vélez, un estadio que bramaba, plagado de hinchas que actuaban como “ofidios”, algo que realmente imponía respeto.
Pero ahí estaba Vélez, con su personalidad, con su chapa bien ganada de equipo “chivo”, ahí estaban esas más de 2.000 almas velezanas que habían cruzado la frontera para desparramar a grito pelado su pasión por Vélez, para representar a los miles y miles que esa noche sufriríamos frente al televisor, aquellos que no pudimos ir, pero ellos se hicieron fuertes también y casi como una alegoría, no se sintieron visitantes ante semejante mundanal, ellos fueron como un oasis en el desierto, fueron un manantial en medio de un palustre, en medio de un pantano, esa “torcida paulista” no aceptaría nunca una derrota ante Vélez, pero el destino manda y la suerte ya estaba echada.
Creo que el resto amigo velezano ya fue dicho, fue escrito, filmado, fotografiado.
Un penal que CHILA no pudo detener nos sacudía, el partido se tornaba dramático, la expulsión de Cardozo nos limitaba aún más, cada centro al área de Vélez se sentía como una invasión, todos queríamos rechazar, todos queríamos que se disipe cada ataque brasileño, fue un verdadero suplicio, agobiante.
Después de tal descomunal sufrimiento de aquellos interminables 90 minutos, nuevamente los penales definirían la historia, esta vez al campeón.
El juez pitó el final y el alma nos volvió al cuerpo, pero algo, muy dentro de nosotros nos decía que ya había pasado el temporal y que el cielo se abriría para Vélez, así lo sintieron los jugadores y así acusaron los brasileños con sus rostros de preocupación.
Había preparado mi paquete entero de cigarrillos para el comienzo del partido, solo quedaban 8, 12 cigarrillos en casi 2 horas me habían producido ya cierto malestar, pero ahí estaba nuestro Vélez y poco me importaba el nubarrón plagado de nicotina en mi living y dentro de mí, nuestro equipo estaba a punto de abrazarse a un logro que ya en el seno de cada corazón velezano, no podía escaparse. Los penales mostraron toda la envergadura de aquellos jugadores, fueron banca, fueron próceres, porque CHILA detuvo el primero e hizo el suyo, porque Almandoz, Zandoná, y Trotta hicieron lo propio y porque el Tito Pompei sentenció el grito más esperado, para que todo sea una locura, para que haya gente desparramada en cada hogar festejando la conquista más preciada, para que las lágrimas inundaran muchos barrios, para que esas almas fortineras en tierras brasileñas se abrazaran a una emoción incontenible, para enmudecer al resto de un estadio que no creía lo que veía y que ya era asunto concluido, el llanto de Almadoz y Cardozo, el grito de Carlos Bianchi lejos del campo de juego, la corrida de Trotta con la bandera argentina, para que los relatores gritaran por Vélez que después de varios años con manos vacías, un equipo argentino se alzaba nuevamente como el mejor de América y la Copa Libertadores volvía al país con domicilio en Juan.B.Justo 9200, para lucirse y mostrarse ante los ojos humedecidos de los velezanos.
Que más podemos agregar amigo mío, el romance de barrio, que toda una familia gigante se vista de etiqueta, con el Azul y el Blanco a cuestas, la epopeya ya tenía dueño, Vélez tocaba el cielo, 10 años de un recuerdo inolvidable, para los que estuvieron y ya no están, para todos los que vivimos ese momento inolvidable y hoy lo recordamos, para cada fortinero que estuvo y quizás hoy esté en otras tierras, tan lejos pero tan cerca a la vez, que más podemos agregar, las revistas, la televisión, los diarios, Vélez estaba en la portada de todos los medios, ejemplares de colección para toda la vida, GRANDE VELEZ!!!!!
Ya no eran tiempos de cargadas en los colegios para los pequeños hinchas de Vélez, ya no eran tiempos de escuchar que nos tilden de “murga”, ahora Vélez era otra cosa, ya había sacado su chapa de GRANDE, ahora nosotros desparramábamos felicidad, el hincha de Vélez obtuvo su merecido premio, años y años de cosechas vacías de gloria, Vélez Sársfield ya había entrado en terreno grande y aún vendrían más emociones en aquella década de oro.
Una vez más, me pongo de pie y aplaudo a rabiar, me emociono y festejo, como aquel 31 de Agosto de 1994, FELICIDADES QUERIDO VELEZ!!!!, FELICIDADES AMIGO VELEZANO!!!, la medalla de un gran campeón está clavada en cada corazón fortinero y ahí quedará para siempre, como corresponde.

Jorge Poma

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